El subtítulo del blog responde al infierno de las bibliotecas, aquel lugar donde se colocaban las obras que alteraban el orden, primero del que las leía, luego del resto a base de despertar la herramienta de la insatisfacción humana: la imaginación.
Todo empezó con Taklamakán, un desierto de Asia central, en el Turkestán chino, tiene muchos nombres, el que más me gusta es este, en lengua uigur (turcomano) significa irás y no volverás. Sin yo saberlo conocía el lugar desde pequeño, la culpa la tiene Michael Ende, siendo un crio me regalaron su primera obra traducida al castellano: Jim Botón y Lucas el maquinista y me llenó la imaginación de lugares y nombres maravillosos, pólvora para la mente infantil; con el tiempo y esa curiosidad descubrí que muchas de esas alusiones fantásticas existían en el mundo real, ¿Sería que había existido en la historia una pléyade de Endes con profesión de geógrafos o descubridores de valles innominados?. Cuando conocí algo de la historia cultural de Alemania, comprobé la importancia que tuvieron en la vida del país las exploraciones geográficas y la literatura de viajes propios y ajenos, creo no errar equiparando el volumen e importancia de los mismos con su más directa competidora: Inglaterra. Ende debió ser un ávido lector en su infancia de las expediciones de Hedin, Von Le coq, Stein, Almasy y tantos otros, asimilándolo todo en su mundo alternativo a la guerra y posguerra que le tocó vivir.
Es un placer encontrar las piedrecitas que Ende dejó en sus escritos en obras sobre viajes, historia, arqueología, geografía..., de algún modo he descubierto hitos que leyó y llamaron su atención lo suficiente para transformarlos y enriquecerlos en sus relatos. Me siento afortunado de haberlos encontrado e identificado, cerrando un círculo. El fruto ya lo dió y continúa en mi. Espero ser digno de saber transmitirlo.
Ahora multiplicad esos estímulos por cien, mil, un millón... y ya tenemos una Vida.
Ahora multiplicad esos estímulos por cien, mil, un millón... y ya tenemos una Vida.